Para muchos corianos
es un orgullo latente el reconocernos patrimonio de la humanidad, mientras que para
otros es preferible olvidar un hecho que pareciera detener el progreso de la
ciudad; ideas que pretenden imponerse ante la pérdida de identidad y el
rompimiento de nuestro frágil recuerdo patrimonial. Así quiero evocar vivencias
de antaño, cuando la ciudad de Coro apenas delimitaba en su urbe los espacios
idóneos para su asentamiento.
En 1541, la corona
española mediante Real Cédula, pedía al obispado señalara sitio para un
convento franciscano, infraestructura que sirvió a diversas instituciones
religiosas y civiles, víctima de una larga y frustrante historia que encierra
muchos fracasos y contradicciones. La relación del obispo Manzanillo de 1582,
señala que el convento tenía para entonces “cuatro o cinco frailes”. Se presume
que el citado claustro debió de perecer, como casi toda la ciudad, en el
incendio provocado por los piratas ingleses en 1595. De manera, sin edificio y
con apenas algún fraile, más que un convento real era una presencia simbólica.
La Congregación
Capitular de la Provincia de la Santa Cruz, celebrada en la isla La Española en
1619, le da respuesta definitiva a esa fundación coriana; confiriéndole la
denominación de “Nuestra Señora de la Salceda”. En documento de 31 de diciembre
de 1620, la provincia franciscana agradecida honraba al Capitán Ambrosio
Hernández y a su esposa Doña Inés López, concediéndoles el título de fundadores
entre otras gracias y privilegios. Como los otros conventos franciscanos, el de
Coro tuvo desde el principio estudios de primeras letras y gramática a la que
también asistían alumnos no religiosos. En 1624 hubo una cátedra de arte y
moral, que implicaba estudios superiores y avanzados.
En las décadas
independentistas se resiente de los avatares políticos. El Congreso de Cúcuta
en 1821, ordena suprimir los conventos menores para utilizar la infraestructura
en obras educativas.
El Convento de
Nuestra Señora de la Salceda, que había cambiado latines y rezos por una misión
creadora de encender luces, sirvió en el siglo XX, de cobijo a las voces
políticas, y por muchos años fue asiento del Poder Ejecutivo del Estado. Hasta
hace 34 años, cuando oficialmente se le devuelve a este recinto un destino de
paz y armonía. Y otra vez, con la muda, pero elocuente presencia de los objetos
que resguarda la obra fundamental del eximio prelado Monseñor Iturriza: El Museo Diocesano de Coro “Mons. Lucas
Guillermo Castillo”, como testimonio de fe y un destino coriano enraizado en lo más notable de la cultura
venezolana.
Hablar
del Museo Diocesano rememora la sabia paciencia de Monseñor Francisco José Iturriza
Guillén, en su preocupada gestión de arqueología de rescate emprendida para
evitar la pérdida material de la huella de la colonia y resguardar la significación
para la historia de la ciudad “donde nace Venezuela”, valiosa colección que lo
convierte en uno de los más importantes del país; aun a puertas cerradas. Patrimonio
diverso, integrado por secciones de imaginería y pintura (clásica y popular);
vidrio, loza y piedra; máquinas de coser; hemeroteca; piezas prehispánicas; y
orfebrería de carácter religioso, donde destacan el anillo del Obispo Rodrigo
de Bastidas, un crucifijo bizantino del siglo XII, el cofre que contenía la
primer ara del altar bendecida por el Obispo Juan de Bohórquez en 1617. Entre
las piezas de la platería eucarística: el guión de Casigua; Portaviático de
Pedro Ignacio Ramos y otro de Juan Ignacio Fernández de Silva; Píxides de
Evaristo Costenoble; Cáliz del platero mexicano Torres. Resaltando entre ellas
la Custodia escurialense de plata manual revestida en oro y esmeraldas,
obsequio de la reina castellana Juana La Loca a la Iglesia Matriz. La platería
del museo retrotrae al inicio de la orfebrería en Venezuela, capítulo
significante de la historia del arte coriano.
Ahora
bien, los recortes en el gasto público, llevan al museo a organizar nuevas
fuentes para la captación de fondos en la Sociedad de Amigos del Museo de Coro
“Lucas Guillermo Castillo”, fundada por Iturriza e integrada por hombres y
mujeres de alta valía como Manche Henríquez, Mildred López de Jiménez, Saturna
Medina y el recién fallecido Lic. Carlos González Batista, entre otros.
Personajes que con ahínco mantuvieron este legado histórico, vivo en el
imaginario y en la memoria colectiva de este bien cultural como expresión de la
creación humana. Desgraciadamente una nueva administración ha excluido a la
Sociedad de Amigos del Museo de su gestión administrativa, y cerrado sus
puertas, no solo al visitante, sino al desarrollo socio cultural de la ciudad
patrimonial. Lo que ha convertido en incógnita el destino de tan valiosa
colección.
Patio Interno del Museo Diocesano. Cortesía de http://portal.falcon.gob.ve/. (Editada por el autor) |
Aunque
el Derecho Canónico nos habla de los Bienes Culturales de la Iglesia, no se
puede obviar el marco jurídico venezolano. La Ley de Protección y Defensa del
Patrimonio Cultural (art. 6), y la Ley
Orgánica de Cultura (art 31), lo reconoce como Bienes que constituyen el
Patrimonio Cultural de la República. Concluyo la reflexión con palabras del
propio Iturriza: “¡Que el cielo premie
crecidamente el amoroso empeño de quienes concibieron y lograron realizar este
torneo de cultura que anhelamos sea perdurable, beneficioso y grande!; relicario
que si cenizas fueran, hoy ardan luminosas, glorifiquen el pasado y proyecten
un futuro próspero y fecundo que debemos alcanzar”.
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